domingo, 22 de septiembre de 2013

Experiencias sobre salud de María Castro Fidalgo

Las experiencias que he tenido relacionadas con la salud a lo largo de mi vida han sido bastante típicas.

Desde mi infancia las únicas enfermedades que he tenido han sido catarros, gripes, gastroenteritis y poco más. Recuerdo que por estas enfermedades, pasa alguna semana durante un curso en cama, para descansar, recuperarme y evitar contagiar a mis compañeros aunque también es cierto que en estas edades, al pasar tanto tiempo en las aulas todos juntos, si uno enfermaba caían cuatro o cinco niños más.

La enfermedad que destacaría de mi infancia, quizás sea la varicela, puesto que es de la que más me acuerdo. Recuerdo el cansancio, la fiebre, la molestia que producían los granitos y que había que evitar a toda costa rascar para que no quedaran marcas, y sobre todo, los cuidados de mi abuela. Para mí, en esa época, estar enferma significaba dormir en su cama, rodeada de mis muñecas favoritas y con la tele siempre con dibujos, siendo aún más la princesita de la casa.

Pero no todo eran enfermedades. En primaria, los viernes por la tarde eran días del flúor de fresa, algo que a mi particularmente me encantaba pero que no todos mis compañeros compartían mi opinión. Era un ratito pequeño que le dedicábamos a la higiene bucal en el aula. Cada alumno con su botecito, bebíamos el flúor, nos enjuagábamos la boca con él y después lo devolvíamos al botecito y lo tirábamos. En esa época nos resultaba gracioso, años después mis compañeros y yo creíamos que se trataba de algún tipo de conspiración o plan secreto de la escuela, todo tipo de ideas con una gran imaginación. 



También en el colegio, nos vacunaron. Ahora mismo no recuerdo de que vacuna se trataba pero si los nervios que sufríamos todos niños y niñas ante el inminente pinchazo que íbamos a recibir. Un par de meses después de aquello, me tocaba revisión en el pediatra, a la cual iba acompañada por mi madre. Allí, descubrimos que la vacuna que me habían puesto en el colegio ya me la habían puesto meses atrás en el pediatra y era algo que ya tenían que haber visto en la cartilla el día de la inyección en la escuela. El médico le dijo a mi madre que pudo haber sido peligroso para mi salud, pero por suerte no paso nada. También recuerdo el cabreo que tuvo mi madre y la discusión en el colegio debido a la irresponsabilidad que cometieron. 

En mi adolescencia no hubo ninguna enfermedad más destacable que las ya mencionadas. Quizás si pueda destacar la aparición de dermatitis facial, a los catorce años, pero es algo que soluciono echando una crema especial recetada por mi dermatólogo. También fue una etapa de mi vida en la que como muchos otros adolescentes tuve que ponerme el temido “aparato” para perfeccionar mi dentadura, lo que suponía ir todos los meses al dentista para mis revisiones. Tal vez sea la experiencia que más odie de mi adolescencia, aunque por suerte solo duró un año y medio y ahora puedo decir que mereció la pena. El último año de bachillerato, ya alcanzada mi mayoría de edad, decidí donar sangre en uno de los autobuses de donación que se situó en el aparcamiento de mi instituto, fue una experiencia muy gratificante ya que con un poquito de tu sangre puedes ayudar a personas que realmente lo necesitan.



En cuanto a las aportaciones de la escuela, nos remarcaban la importancia de la higiene con tareas tan simples como lavarse las manos, los dientes, etc. En el instituto recibimos charlas sobre sexualidad, prevención de enfermedades de transmisión sexual y donación de sangre, entre otras.

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